La taza rota
Lucía tenía una taza favorita. No era especialmente bonita, ni costosa, pero tenía algo que le daba paz. Tal vez era el color, o el recuerdo de quien se la había regalado. Cada mañana la llenaba de café y se sentaba frente a la ventana, en silencio, solo a respirar y agradecer.
Un día, mientras limpiaba la cocina, la taza resbaló de sus manos y se rompió en varios pedazos. Lucía se quedó inmóvil, observando los restos en el suelo. Lloró. No por la taza en sí, sino porque ese pequeño objeto representaba todo lo que sentía que se le estaba desmoronando en la vida: su relación, su salud, sus ganas.
Durante días, dejó de hacer su ritual de las mañanas. Solo despertaba y seguía, con el alma arrastrando los pies.
Hasta que un domingo, sin saber por qué, recogió los pedazos de la taza y se sentó con pegamento, paciencia y cariño. La reconstruyó. No quedó igual, claro. Tenía cicatrices. Pero ahora, esas líneas doradas que cubrían las fracturas contaban una historia distinta: la de una mujer que también estaba empezando a pegar sus propios pedazos.
Lucía volvió a su ventana. Esta vez con su taza imperfecta entre las manos y una certeza nueva en el pecho:
“No necesito estar completa para empezar de nuevo. Solo necesito voluntad.”
Moraleja:
A veces, nuestros mayores quiebres se convierten en nuestras más grandes fuentes de fuerza. Y como Lucía, también tú puedes comenzar a reconstruirte… con amor, paciencia y sin prisa. 💛
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